Segregación, Violencia y Odio


Maggie Jáuregui Ortiz
Integrante del Observatorio #2 en la NEL para FAPOL



El ideal de que los lazos sociales lleven a la humanidad a un sentimiento común de integración para y entre todos, donde la segregación no exista, es un paradigma que ha llevado incluso a proponer la asimilación del migrante. Dejar de ser como es, para integrarse a la cultura del país que lo acoge. Pero se ha postulado también, que el logro de esa integración es posible en la medida que se sostenga una igualdad reconociendo las diferencias. Paradojal propuesta que no escapa a la segregación, ya que, el sólo hecho de marcar las diferencias implica separar, excluir lo que no es igual al otro. 

Lo que plantea el psicoanálisis de la orientación lacaniana es que no es posible eludir la segregación, ya que es constitutiva del ser humano, imposible escapar de ella. Hay un real, en lo más íntimo de cada sujeto, que es el propio goce, lo más singular de cada uno, y desde allí, aunque no se lo reconozca, incluso aunque sea rechazado, se construyen los lazos sociales. 



La segregación hace referencia al acto de “seleccionar excluyendo” (DRAE, 2017), mientras que la selección es la “acción y efecto de elegir una o varias personas o cosas entre otras, separándolas de ellas y prefiriéndolas” (DRAE, 2017). Si tenemos en cuenta que en la condición de tender a lo gregario, el ser humano para estar con algunos, indefectiblemente, tenga que estar separados de algunos otros, la exclusión es inevitable. 

Hay que diferenciar entre la segregación como un real que marca lo imposible de erradicar, y los fenómenos segregativos que en sus excesos pueden desanudar los lazos sociales, exacerbando el odio y la violencia. Estos fenómenos existen y existirán. Lacan en 1970, refiriéndose a las construcciones de colectivos de hermandad, dice:

“Esta manía de la fraternidad, dejando de lado el resto, la libertad y la igualdad [...]. Sólo conozco un origen de la fraternidad -quiero decir la humana, de nuevo el humus-, es la segregación. Nos hallamos por supuesto, en una época en que la segregación, ¡pufff! [...], todo lo que existe se basa en la segregación, y la fraternidad lo primero. Incluso no hay fraternidad que pueda concebirse si no es por estar separados juntos, separados del resto (…). Como sea, se descubren que son hermanos, uno se pregunta: ¿en nombre de qué segregación?” (Lacan 1969-1970, pg. 121)

En esta misma época, anunciaba Lacan que la globalización aumentaría la segregación social y la escalada al racismo (Lacan 1970), refiriéndose a que la universalización y la extensión de la economía, que se asienta en incentivar el deseo promoviendo al consumo, tiene como efecto mayor cantidad de grupos sociales que quedan por fuera de esta dinámica globalizante, “puedo decirles – sostiene Lacan – que siempre encontrará la ocasión para arraigar más y mejor” (Lacan 1069-1970 pg. 193). 

La globalización atraviesa, como en todo, al fenómeno de la migración, ubicada dentro del contexto de “un mundo multipolar donde todo circula bajo la lógica del consumo, que permite la libre circulación de materiales, materias primas y recursos, pero se opone a la circulación de personas” sostiene Hilema Suárez (2018, pg.3), refiriéndose al fenómeno de segregación de las personas migrantes. 

Este efecto segregativo de la globalización, se visibiliza en los procesos migratorios de los bolivianos, quienes movidos por el factor económico, se van hacia la Argentina. Muchos de los migrantes bolivianos que residen en este país vecino, provienen de zonas rurales de Bolivia, caracterizadas por los propios migrantes como lugares de pobreza, en tanto que son espacios abandonados por el Otro (Estado) y “conducen a dejar poblaciones prácticamente fantasmales” (Lora, M.E. 2012). Se los escucha decir, que ya en sus pueblos no debe haber gente, que no sabrían que hacer allí, haciendo referencia a la dificultad de regresar. Las condiciones socioeconómicas que los hicieron migrar, funcionan como agente de exclusión y de violencia, ya que, rompen con su lugar de pertenencia para introducirse al país de acogida donde los ven llegar como extranjeros, extraños y muchas veces intrusivos.

Para el psicoanálisis, la violencia y el odio al otro (racismo), en tanto fenómenos segregativos, funcionan como un tratamiento de la pulsión de muerte. Estar en contra del extranjero, genera un contexto de tensión que linda con la violencia, reactivada por la agresividad que se asienta en la estructura humana. Lacan plantea una agresividad estructural, donde el sujeto expulsa de sí todo lo malo que es percibido como hostil. Ese resto no incorporado al yo en tanto ajeno, es lo odiado, desplazado al otro semejante, hasta desencadenar violencia.


Que el Otro no goza como Uno, será el aspecto nodal del odio, el rechazo y la segregación. El racismo, tal como lo define Lacan, es odio al goce del Otro: “Se odia la manera particular en que el otro goza”. Su goce resulta intolerable, en un doble sentido: “por un lado, imputamos al extranjero un modo de gozar que nos resulta, extraño, inasimilable, a nuestra propia forma de hacerlo; por otro, sentimos que su goce sustrae el nuestro” (Castrillo, D. 2018 pg. 5).

De este modo, motivados por mejorar sus condiciones de vida, migran los bolivianos con sus costumbres, sus tradiciones, sus modos de disfrutar; esa forma particular de relacionarse entre ellos, su lengua muchas veces difícil de entender, lo diferente de sus cuerpos y sus características en el modo de hacer con el trabajo. Estos estilos de vivir distinto que desde el psicoanálisis se denominan como “modos de gozar” diferentes, suscitan diversas reacciones a lo largo del recorrido por las regiones argentinas, desde el norte hasta el sur. Los migrantes bolivianos son extranjeros, extraños que con su forma de vivir, inquietan de alguna manera. Lo diferente inquieta, pero no siempre de la peor manera, no siempre lo extranjero producirá la segregación, violencia u odio, sino que dependerá del empalme de dos cuestiones: el origen social y el grado de proximidad (Castrillo, D. 2018). 

La segregación por el origen social, está referida a nombrar al otro por su diferente condición social, respecto a quien se ubica como el nominador. Es un modo de segregación que no es exclusiva con los inmigrantes, sino que se verifica entre los propios habitantes de las ciudades de residencia. La nominación de “cabecitas negras”, dada a los habitantes del norte argentino, es una forma de nombrar al otro diferente, enfatizando en el origen social y lo diferente de sus cuerpos. Del mismo modo, el nombrar a los migrantes bolivianos como “bolitas”, se articula con la nominación al otro por su lugar de origen. Ambos, tomados por el sentido que puede invocar el uso de diminutivos, son semblantes inventados para atribuir diversos significados alrededor del lugar social, que se asocia comúnmente con características corporales. Dependiendo de los atributos que se les otorgue a estas formas de nombrar al diferente, esta manera de segregación, podrá relacionarse con la violencia y el odio a lo diferente. 

Desde la perspectiva psicoanalítica, los significantes, las palabras con que se nombra al otro, no están determinadas por significados fijos, sino que están condicionadas a las modalidades de goce que imperan en el sujeto que habla. Al hablar, al utilizar el lenguaje para hacer lazo con otros, también se goza. “El lenguaje es un aparato de goce” indica Lacan, refiriéndose a que éste no cumple solamente la función de comunicar, sino que hay satisfacción al hablar. Se refiere a un tipo de satisfacción que no contenta al sujeto que habla, sino que lo hace sufrir, es por esto que esa satisfacción paradójica merece el nombre de goce y no de placer. Decir “cabecitas negras”, decir “bolitas”, se puede relacionar con el racismo u odio al otro, en tanto aludan a atributos negativos, de imposición a la pertenencia de un grupo con atributos rechazados que anulan lo singular del sujeto nombrado como tal. La condición de rebajamiento por el tipo de actividad económica está implícita en esta nominación, ya que, los “cabecitas negras” son descalificados en comparación con el valor dado al trabajo de los bolivianos, denominados “bolitas.” 

Entre bolivianos es también visible esta segregación por el nivel socioeconómico y el origen social, dadas las diversas investigaciones que han señalado que las empresas de explotación a bolivianos, en muy variadas ocasiones pertenecían a otros bolivianos, cuya mejoría económica les permitía ser dueños de sus propios negocios. En este aspecto, la violencia implica el acto de dañar al otro con la palabra, mediante un desplazamiento del rechazo al propio goce no reconocido como propio. De tal forma, la raíz del racismo, del odio al otro, al extranjero, al diferente, es el odio al propio goce vivido como extraño y perturbador, endilgado al otro. 

En relación al grado de proximidad, cuando lo extranjero está lejos, es posible aceptarlo, incluso puede producir fascinación e imitación, “lo exótico, lo demasiado lejano, ha sido siempre motivo de curiosidad” sostiene Pablo Fridman para dar cuenta de la diferencia o similitud entre “Lo propio y lo ajeno” (Fridman, P. 2017, pg. 16-17). En el sur de la argentina, los migrantes bolivianos son valorados por su trabajo, por producir la tierra con un saber hacer, que es admirado por los argentinos, ya que les han permitido mejorar la calidad y el precio de sus alimentos, sus frutas y verduras. Pero, cuando eso extranjero, eso extraño se acerca demasiado, cuando está próximo, puede confundirse con lo propio y es fuente de inquietud. Lo muy distante de lo propio parece no ser tan amenazante, en cambio, lo que se acerca a lo propio, produce rechazo. Sigmund Freud da relevancia a lo difícil de soportar una proximidad demasiado íntima entre semejantes, en su obra Psicología de las Masas y Análisis del Yo:

“Consideremos el modo en que los seres humanos en general se comportan afectivamente entre sí. Según el famoso símil de Schopenhauer[1] sobre los puerco espines que se congelaban, ninguno soporta una aproximación demasiado íntima de los otros” (Freud, S. 1921)

La proximidad del otro puede considerarse uno de los motivos del racismo, el odio, dado lo difícil que es soportarlo cuando traspasa ciertas fronteras. “Es bastante sorprendente - sostiene Pablo Fridman – que, desafiando la lógica más elemental, exista la necesidad de odiar o destruir a los que están cerca, los vecinos, los próximos” (Fridman, P. 2017 pg. 17). 
Los habitantes del norte argentino son vecinos de los habitantes bolivianos y no se diferencian tanto en su fenotipo, son semejantes. Cuando los bolivianos traspasan fronteras y se insertan en la vida cotidiana de las ciudades del norte argentino, pasan a constituirse en migrantes con un estilo de vivir diferente, modos de gozar diferente. Estos modos producen tensión y rechazo, en un doble sentido: por un lado, se le imputa al migrante un modo de hacer y gozar que resulta extraño, inasimilable a la propia forma de vivir; por otro lado, ese goce del migrante, sustrae algo del goce propio. El otro, el extranjero es perturbador y obstáculo para gozar suficientemente bien (Castrillo, D. 2018). 

Con su forma de trabajar y su modo de vivir diferentes, los migrantes bolivianos han logrado bienestar económico, que toca algo de lo propio de los habitantes argentinos de esta región, donde la producción de alimentos y el comercio, es también su forma de subsistir. El migrante aparece como un invasor que viene a disputar las posibilidades de trabajo y a ocupar el espacio en común, teniendo que compartir el derecho a la salud, la educación y otros beneficios, cuyo efecto es, según Freud, que “el extranjero en su alteridad (capacidad de ser otro) conmueve en el sujeto su posición siempre frágil respecto de un ideal del yo” (Freud, S. 1921), refiriéndose a la perturbación que produce el otro extraño en un grupo humano, sosteniendo además que “la reunión de los semejantes entre ellos contra el extranjero, permite que se reduzca la distancia con ese ideal” (Freud, S. 1921).

Se genera un contexto de tensión en el plano especulativo de la relación con el otro extraño, en una tensión agresiva que puede derivar a lo más paranoico del yo, tornándose el otro en enemigo que impele a la segregación, la violencia y el odio: o yo o el otro. Esto es lo que se ha escuchado en enfrentamientos a veces encubiertos entre migrantes y locales en los “mercados persas” argentinos, así como enfrentamientos más abiertos, entre vendedores de comidas chilenos y migrantes. 

Ante esto, los derechos civiles, los derechos sociales, enunciados en leyes y normativas que regulan la migración son insuficientes. Producen pocos cambios en la vida real de las personas ya que, como normas universales que homogeneizan a todos, se enfrentan con lo imposible de regularlo todo, aunque en ello se asiente la ideología que la sostiene. 

El Psicoanálisis de la orientación lacaniana propone cuestionar la lógica del todo universalizante y tratar lo desigual como tal, sin homogeneizar. La lógica del no-todo, se circunscribe en lo singular, es una lógica des segregativa, apuntando a un saber sobre el propio goce, esos modos de goce que a todos habita y que escapa a toda regulación. 



[1] El dilema del puerco espín es una parábola escrita en 1851 por Arthur Schopenhauer: En un día muy frío, un grupo de erizos que se encuentran cerca sienten simultáneamente una gran necesidad de calor. Para satisfacer su necesidad, buscan la proximidad corporal de los otros, pero cuanto más se acercan, más dolor causan las púas del cuerpo del erizo vecino. Sin embargo, debido a que el alejarse va acompañado de la sensación de frío, se ven obligados a ir cambiando la distancia hasta que encuentran la separación óptima (la más soportable).


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