Migración, Políticas Migratorias y Subjetividades


LA EMIGRACIÓN BOLIVIANA

A partir del siglo XX, la emigración boliviana se caracterizó de diversas maneras en distintos momentos de la historia. De acuerdo con Marcela Tapia L. (2014) “se pueden distinguir cuatro períodos atendiendo a los rasgos predominantes y al contexto sociopolítico” de cada período (pág.11).

Un primer período se ubica en los inicios del siglo XX, cuando la migración fue preferentemente fronteriza, predominando la zona colindante de Bolivia y Argentina, además de la frontera con Brasil. El segundo período, que abarca la segunda mitad del siglo XX, se caracteriza por el avance migratorio hacia la Capital de la República Argentina, así como a San Pablo, en Brasil. Un tercer período corresponde a los últimos años del siglo XX, cuando se consolidan los destinos migratorios fuera de frontera, ya no sólo a Buenos Aires y San Pablo, sino a otras zonas preferentes de Argentina y Brasil. El cuarto período señala el fenómeno migratorio sucedido a principios del presente siglo XXI, cuyas características transnacionales han tenido un fuerte impacto, ya que ha significado un salto hacia el continente europeo, con un destino predominante a España y el retorno de muchos migrantes bolivianos ante la crisis desatada en Europa a partir del año 2008 (Marcela Tapia, 2014).

En un estudio realizado en la época de retorno del continente europeo, ha sido posible escuchar testimonios de mujeres/madres que dan cuenta de nuevos proyectos migratorios hacia la Argentina, Chile y Brasil, como una forma de continuar con ese “ir y venir, como modalidad de vida” (Jáuregui, Chirino, Hornos, 2012. Pág. 152) luego de haber estado 4 o 5 años en España.

Por otro lado, los datos del Censo 2012 del Estado Plurinacional de Bolivia indica que 489.559 personas viven en el exterior, sin embargo, esta cifra sólo da cuenta de emigrantes reportados por familiares en la boleta censal. Otros datos expresan cifras mayores, tal es el estudio de René Pereira M. elaborado en el año 2011 para la OIM, donde señala que se estima que 706.508 personas viven fuera del país, según el “resultado de la actualización de los datos del programa IMILA[1], a datos más recientes para Argentina, Estados Unidos de América y España, según la disponibilidad de sus censos recientes” (Pereira, R., 2011 pág. 36).

Más allá de estas diferencias, la Argentina es el país donde mayormente residen los migrantes bolivianos (38.2%), seguido por España (23.8%), Brasil (13.2%) y Chile (5.9%). El siguiente cuadro de la Unidad de Difusión y Comunicación del INE (2018), así lo expresa:

El Censo 2012 también indica que Potosí es el departamento de mayor emigración, según las respuestas que dieron sus familiares en Bolivia, hay 131.441 emigrantes, siendo su principal destino la Argentina, donde reportaron 90.800 potosinos. Según estos datos, a Potosí lo sigue Cochabamba con 127.441 emigrantes, Santa Cruz 112.183, La Paz 94.632, Chuquisaca 32.943, Oruro 24.777, Tarija 24.147, Beni 13.470 y Pando 1.427 emigrantes.

 Argentina y Chile tienen la particularidad de ser limítrofes entre sí, a la vez que ambos limitan también con Bolivia, sin embargo, sus políticas migratorias tienen características distintas. La Argentina, tradicionalmente es un país de acogida de migrantes, no sólo de nacionalidad europea sino también de ciudadanos latinoamericanos, en cambio Chile, históricamente ha desarrollado una inmigración selectiva, eminentemente europea, con poca migración de los países latinoamericanos.

En su larga e histórica relación de la Argentina con la migración ha sostenido políticas migratorias que han fluctuado entre: restricciones severas que han llevado a la expulsión y deportación de inmigrantes y el desarrollo de políticas de regulación migratoria de características más democráticas e inclusivas de los inmigrantes. Se destaca la ley migratoria del año 2004 que introduce un nuevo paradigma respecto al lugar del migrante en la República Argentina. Esta ley es implementada en el año 2006 mediante un proceso de regulación masiva denominado Patria Grande que beneficia, en primera instancia, a los inmigrantes que provienen de países miembros del Mercosur y países asociados, entre los que está Bolivia. Dicho proceso permitió la regularización de gran cantidad de migrantes bolivianos recibiendo beneficios en lo laboral, con posibilidad de ejercer derechos en salud y educación, incluso en situación irregular de su residencia en el país.

Respecto a la República de Chile, la normativa de migración no se ha actualizado desde hace más de cuarenta años, por lo que no se adecua a las características de la migración actual en dicho país. La migración latinoamericana hacia Chile, empieza a visibilizarse en los últimos tiempos, cuando la búsqueda de mejores condiciones de vida ha generado un nuevo flujo migratorio proveniente de Chile, Perú, Venezuela y Haití, generando una compleja dinámica laboral en algunas ciudades chilenas del centro y norte.

En el año 2015 se dictamina un Anteproyecto de ley que pretende implementar políticas migratorias de mayor inclusión y regularización de los inmigrantes (Informe OBIMID, 2016). Sin embargo, el nuevo gobierno chileno (2018), anuncia el endurecimiento de la política migratoria a través de un decreto y un nuevo proyecto de ley que establecen requisitos más estrictos para el otorgamiento de visas de turismo y permisos de radicación (El Deber, Publicación del 10 de abril de 2018. Sector Mundo).

Por su lado, el Estado Plurinacional de Bolivia promulga la ley de migración en el año 2014, donde se enuncia un capítulo único de facilidades para el retorno de aquellos bolivianos en el extranjero, con un camino por recorrer en cuanto a las políticas respecto a los bolivianos migrantes en el exterior y a los extranjeros inmigrantes en Bolivia.



[1] El Programa IMILA (Investigación de la Migración Internacional en Latinoamérica) es un estudio que realiza la CEPAL utilizando los datos de censos de países que acogen migrantes. Base de datos obtenible en https://celade.cepal.org/bdcelade/imila/

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

RESEÑA DEL CONVERSATORIO: 
"LO MIGRANTE, LO RADICALMENTE ÉXTIMO"


El miércoles 20 de marzo, en el Centro Cultural Simón I. Patiño de la ciudad de Santa Cruz de Sierra en Bolivia, tuvo lugar el conversatorio: “Lo Migrante, lo radicalmente éxtimo”.

Un espacio para dialogar, en el que integrantes del observatorio #2 en la NEL para FAPOL, abrieron la conversación a partir de la presentación de tres investigaciones sobre la migración boliviana, articulándolas en torno al concepto de extimidad.

Huellas migratorias, Maternidad Transnacional y Dinámicas de inclusión, participación social y ejercicio de derechos ciudadanos de migrantes bolivianos; son los temas centrales de estas investigaciones. Ubicar lo éxtimo en las experiencias migratorias fue el eje de una conversación en la que participaron profesionales psi y de otras disciplinas, estudiantes y público interesado; dando cuenta una vez más, que el psicoanálisis de la orientación lacaniana se constituye en una herramienta para leer e interpretar los fenómenos sociales, la época actual y sus efectos en la subjetividad de los seres hablantes.
Maggie Jáuregui, Alejandra Hornos, Fabiana Chirino
e Isabel Collazos - Directora del Centro Cultural SIP

Pudo ubicarse en el análisis del  trabajo realizado en estas tres investigaciones que a partir de la emigración, lo familiar se vuelve en muchos momentos y situaciones, radicalmente Otro, ajeno. Lo cotidiano familiar sufre cambios y como efecto de ello, se produce el encuentro con lo éxtimo. Lo que era, ya no es como antes; lo familiar mismo se hace Otro; tanto para quienes se van como para quienes se quedan.

El encuentro con lo contingente, inesperado y enigmático se constituye en un real, que indefectiblemente confronta a cada quien con lo Otro, lo diferente, lo hétero en un sentido radical; todo migrante es un extraño para quien lo recibe, como el que recibe es ajeno para el que llega. Lo radicalmente extranjero si bien se pone en escena en la migración, es una condición estructural del mismo ser hablante.


Para el psicoanálisis de la orientación lacaniana, lo estructural de lo extranjero se puede localizar desde muy temprano en la vida de cada sujeto. Cuando cada uno al llegar a la vida de los padres, es un extranjero, a quien será necesario adoptar desde un deseo no anónimo, bañar con la lengua del Otro e incorporar a la tradición. A su vez, el hijo se encontrará con un Otro que lo precede, con una historia y tradiciones en las que se alojará y a las cuales consentirá, o no, haciéndolas propias.


Jacques-Alain Miller señala: “ser un inmigrante es el estatuto mismo del sujeto en el psicoanálisis. El sujeto como tal, definido por su lugar en el Otro, es un inmigrante” (Miller, 2012, pg.2). Si cada sujeto está determinado por la marca que recibió del Otro, dándole esto una referencia a sus lugares o pertenencias de donde proviene, estas mismas hacen a cada sujeto un extraño para el Otro.



En tanto esta condición primaria de extranjeridad, no dejará de estar, pues es la condición misma de todo sujeto respecto a la lengua que habla y a su propio inconsciente; lo que migra, se mueve, se desplaza, indefectiblemente se transforma y es ahí, en ese punto que muta que en lo migrante se ubica lo radicalmente éxtimo. 


Alejandra Hornos (Miembro de la NEL en Santa Cruz) – Coordinadora en la NEL
Fabiana Chirino (Asociada APEL Santa Cruz) - Integrante
Maggie Jáuregui (Asociada APEL Santa Cruz) - Integrante


--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

PROBLEMÁTICA MIGRATORIA BOLIVIANA




El resultado de tres investigaciones sobre la migración boliviana es articulado alrededor del concepto de extimidad, dando cuenta que el psicoanálisis de la orientación lacaniana se constituye en una herramienta para leer e interpretar los fenómenos sociales, la época actual y sus efectos en la subjetividad de los seres hablantes.


Observatorio #2 de la NEL para FAPOL:
Alejandra Hornos   (Miembro de la NEL y la AMP)
Fabiana Chirino      (Asociada APEL SCZ)
Maggie Jáuregui     (Asociada APEL SCZ)

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

IDENTIDAD E IMAGINARIO SOCIAL 

EN LA EMIGRACIÓN


Alejandra Hornos Harasimuk
Coordinadora del Observatorio #2 en la NEL para FAPOL


Identidad, Identificación y el narcisismo de las pequeñas diferencias

Hablar de “identidad” desde el psicoanálisis, presenta cierta complejidad. Si bien este concepto está íntimamente ligado a su campo de conocimiento, no es un concepto que le sea propio. Sigmund Freud, lo empleó sólo unas pocas veces en su desarrollo teórico y lo hizo mayormente en lo que atañe al carácter psicosocial del concepto. También en su texto “Más allá del principio del placer” (Freud, 1920a), lo utilizó para referirse a elementos del psiquismo (imágenes, ideas, pensamientos y sentimientos). Donde otros autores hablaron de la “identidad del yo”, Freud habló de identificación.

En su texto “Psicologías de las masas y análisis del yo”, dedica el capítulo VII a la identificación, ubicándola como “la manifestación más temprana de un enlace afectivo a otra persona…” (Freud, 1921a, pg. 99). Refiere que ésta, puede surgir cada vez que el sujeto descubre en sí mismo, un rasgo común con otra persona, que no es objeto de sus pulsiones sexuales. Freud ubicó distintos tipos de identificaciones, pero el mencionado con antelación, es el que tomó para explicar la formación de las masas. Una condición de identificación, que va más allá de su sentido histérico, narcisista y regresivo; un modo, que no necesita de una relación de objeto precedente.

Identidad e identificación no son lo mismo, sin embargo, son palabras que desde su etimología están relacionadas. Ambas proceden del latín: “identitas” y ésta de “ídem”, que refiere, a “lo mismo” (Dicc. etimológico). Si bien Freud, dedica un capítulo a las identificaciones en el texto mencionado, es Jaques Lacan en 1961 quien dedicará en los seminarios dictados entre 1953 y 1979, un libro completo para trabajar este concepto. Seminario que lleva por título: “La identificación.” En este seminario, Lacan, sí hablará de “identidad”, ubicando para ello, la necesaria articulación al concepto de identificación. Considera que para hablar de la “identidad del sujeto”, la identificación, es la operación por medio de la cual se constituye el sujeto a partir del significante.

Tomando los desarrollos teóricos de Lacan, la identidad, se construye desde dos ejes que se entrecruzan muy tempranamente, en la vida del sujeto. Un eje imaginario, en el que el yo se mira y se toma por la imagen del semejante, como si fuera su propia imagen en el espejo; y un eje simbólico, en el que el sujeto recibe las marcas del reconocimiento del Otro, bajo la forma de un significante ideal al que tiene que consentir para ser amado. La identidad entonces, proviene del otro imaginario y el Otro simbólico (Lacan, 1961).

La identificación es el principio mismo del lazo social (Lacan, 1961), si un sujeto puede identificarse a un grupo, es que participa en él. Comparte con los demás integrantes significantes ideales y a la vez, está representado por un significante unido a los significantes que representan a los demás. Este significante que representa al sujeto, no es cualquier significante, es un significante amo para el grupo en el que el sujeto quiere ser identificado. En este sentido, el sujeto es reconocido en su conjunto y posteriormente se identifica al conjunto en general; diferenciar lo que unifica y lo que distingue, es la indicación de Lacan. (Lacan, 1961).
“El significante sirve para designar la diferencia en estado puro” (Lacan, 1961), un significante se especifica cómo siendo lo que los otros no son y es en este principio que se funda “el narcisismo de las pequeñas diferencias” del que Freud hablara en “El malestar en la cultura”. Explica, que éste se refiere a la obsesión por diferenciarse de aquello que resulta más familiar y parecido (Freud, 1930). Son “esas pequeñas diferencias”, las que fundamentan sentimientos de hostilidad, en los conflictos colectivos que muchas veces ocurren entre vecinos, pueblos próximos o similares; reafirmando así, su identidad y carácter específico.
Lacan, retomando a Freud, agrega que a partir de esa “pequeña diferencia”, que es lo mismo que el Ideal del Yo, puede acomodarse la mira narcisista. El sujeto, se constituye como portador o no, de ese rasgo unario; siendo éste, el que particulariza y no solo agrupa (Lacan, 1961). Freud ya advertía, que el narcisismo de las pequeñas diferencias es tan importante, como la identificación al rasgo del líder querido, explicó que cuanto más grande es la comunidad, más necesitamos asirnos al narcisismo de las pequeñas diferencias (Freud, 1930). Diferencias, que se presentan como puramente significantes, siendo la lengua y la escritura, los medios para hacerlas escuchar.

La identidad nacional y el imaginario social

El lazo afectivo al lugar de nacimiento, el sentido de pertenencia a un territorio, a una nación; hace parte de la identidad.  Zygmunt Bauman, refiere que la identidad nacional no es como las otras, es una dimensión de la identidad “concienzudamente construida por el Estado y sus organismos” (Bauman, 2007, pg.53), que tiene como objetivo tener el derecho de monopolio para trazar el límite entre el nosotros y el ellos. Agrega, que la identidad nacional, permitirá otras identidades siempre y cuando, no colisionen con la lealtad nacional (Bauman, 2007, pg.53).

El lugar de nacimiento no se elige, por tanto, es una identificación que vendrá dada; sin embargo, la identidad nacional ni se gesta ni se incuba en la experiencia humana de “forma natural” (Bauman, 2007, pg.50). Lo natural es nacer en algún lugar, pero lo que se teje a partir de esto respecto al “ser”, no emerge de la experiencia como un “hecho vital” evidente por sí mismo. La “identidad nacional” como idea entró a la fuerza en todos los hechos de la vida de los hombres y mujeres modernos. Llegó como una ficción, nació para llevar la realidad a los modelos establecidos, para rehacer la realidad a imagen y semejanza de la idea (Bauman, 2007, pg.50). Poder, subjetividades y discursos; son dimensiones que tejen la identidad.  

La nacionalidad que se plasma en el “documento nacional de identidad” o la “cédula de identidad”, refiere precisamente a la dimensión narcisista de la identidad, al “narcisismo de las pequeñas diferencias”. Tener nacionalidad boliviana u argentina, como atañe al presente estudio, nos remite de inmediato a los diversos imaginarios sociales, a las representaciones que una determinada comunidad tiene de sí misma y de las otras. Es a través del imaginario social, que una comunidad designa su identidad; elabora una representación de sí misma, marca la distribución de los papeles y los roles sociales, expresa e impone ciertas creencias. Esa identidad colectiva marca un territorio y define las relaciones con los otros (Ford, 1999, pg.64) Tener y ser, se tejen en la identidad nacional, se tiene una nacionalidad y por tanto se es, boliviano, argentino, etc. En el contexto de esta investigación, la identidad nacional en su dimensión política, atañe a ser boliviano u argentino y en su dimensión étnica, cultural, atañe a la bolivianidad y la argentinidad; o sea al sentimiento de pertenencia a un país y a lo que es propio de su condición y carácter cultural.

La identidad nacional excluye al otro, el emigrante es recibido como el otro, el extraño; no es recibido en primera instancia como un ciudadano, no puede ejercer su identidad nacional en el nuevo lugar que habita. El movimiento, es el destino común del migrante, en su desplazamiento de un lugar a otro, de un país a otro y de una cultura a otra. En este movimiento “el narcisismo de las pequeñas diferencias” por el cual un pueblo, una etnia se cohesiona excluyendo o destruyendo al diferente; está presente. La posición narcisista, se refuerza ante la existencia de un “otro” al que excluir o eliminar; núcleo de la intolerancia del que tenemos que estar advertidos. El narcisismo de las pequeñas diferencias no es evitable, es estructural, pero sí es advertible y requiere de un esfuerzo psíquico para poder ser salvado. Se trata de reconocer en el otro, lo que reconozco en mí, reconocer y así poder hacer con lo diferente.

“Identidad” en su significado de “calidad de idéntico” y en otra de sus acepciones “conjunto de circunstancias que distinguen a una persona de las demás”; visibilizan lo paradójico del término: ¿cómo podría ser algo idéntico y a la vez, distinto a lo demás? Por una parte, tiene características que nos hace percibir que una persona es única (una sola y diferente a las demás) y por otro lado, se refiere a características que poseen las personas que nos hacen percibir que son lo mismo (sin diferencia con otras personas). Sin lugar a dudas, lo que refiere a la identidad, deja manifiesta una contradicción, común a toda esencia humana.


La identidad en movimiento

Edward Said, en una relectura del texto freudiano “Moisés y la religión monoteísta” (Freud, 1938) refiere que “la identidad no puede concebirse ni funcionar como algo puro” (Said, 2006). Construimos nuestra identidad a través de los otros y es en su carácter ficcional que la identidad es algo más cercano a un movimiento. Said, leyendo a Freud, reconoce que la identidad es un problema no resuelto, un problema que no prescribe y es en la experiencia psicológica de la identidad, donde reside la esencia de lo cosmopolita. En esta línea, se puede escuchar el decir de una de las informantes clave entrevistada en este estudio, quien vive hace diez años en Buenos Aires: “No se puede ser un porcentaje boliviana y otro argentina, no es una cuestión de porcentajes. Después de vivir tantos años en Argentina, una no se siente ya ni totalmente boliviana, ni totalmente argentina. Es un continuum la identidad, una continuidad que se modifica, que cambia.”

Al migrar, algunas identificaciones pueden ser dejadas de lado y otras advienen en el nuevo contexto, que el sujeto habita. Identificaciones inconscientes se anudan en la identidad de cada quien, heredadas, construidas; y esto porque el psiquismo es dinámico y en su estructura mito psicológica, crea, inventa, construye.

La migración, implica un cambio de contextos en múltiples dimensiones, se constituye en un fenómeno que contribuye sobremanera al movimiento en la identidad. Un movimiento que más allá de migrar o no, en el devenir de la vida, somos los mismos siendo otro.  Al decir de Stuart Hall, la identidad se construye en y por el lenguaje (Hall, 2003), ese Otro que nos atravesó en nuestro estatuto de sujetos hablantes, nos atraviesa y nos atravesará.
En los tiempos de la caída del nombre del padre o de la “modernidad líquida” como nombra Bauman a nuestra época, las migraciones, son moneda corriente en un mundo cada vez más globalizado. No se puede estar en contra de la globalización, así como no es posible oponerse a un eclipse de sol, el problema no reside en cómo deshacer la unificación del planeta, sino en hallar la manera de controlar y domar los hasta ahora salvajes procesos de globalización. Cómo hacer que en lugar de constituir una amenaza se convierta en oportunidad de mostrarse humanitarios (Bauman 2007, pg. 186).


La identidad se orienta a la nominación y a la repetición, a lo particular del goce en el recorrido fantasmático y que siempre es bidireccional, del sujeto hacia el otro y del otro hacia el sujeto; excluir y ser excluido, amar y ser amado, odiar y ser odiado, etc.  Lo que se juega en la identidad remite al nombre y a la genealogía, de este modo, se convierte hoy en el último bastión en el que el sujeto se resguarda ante la radical e irreductible diferencia. Es por ello, que en los nacionalismos y fundamentalismos, se comparte una creencia que desmiente una pérdida narcisista, amparándose así, en la certeza del sin límites respecto a sus metas ideales. En los procesos migratorios, ir más allá del narcisismo de las pequeñas diferencias es la apuesta. 

-----------------------------------------------------------------------------------------


SEGREGACIÓN, VIOLENCIA Y ODIO EN LA MIGRACIÓN


Maggie Jáuregui Ortiz
Integrante del Observatorio #2 en la NEL para FAPOL


El ideal de que los lazos sociales lleven a la humanidad a un sentimiento común de integración para y entre todos, donde la segregación no exista, es un paradigma que ha llevado incluso a proponer la asimilación del migrante. Dejar de ser como es, para integrarse a la cultura del país que lo acoge. Pero se ha postulado también, que el logro de esa integración es posible en la medida que se sostenga una igualdad reconociendo las diferencias. Paradojal propuesta que no escapa a la segregación, ya que, el sólo hecho de marcar las diferencias implica separar, excluir lo que no es igual al otro.

Lo que plantea el psicoanálisis de la orientación lacaniana es que no es posible eludir la segregación, ya que es constitutiva del ser humano, imposible escapar de ella. Hay un real, en lo más íntimo de cada sujeto, que es el propio goce, lo más singular de cada uno, y desde allí, aunque no se lo reconozca, incluso aunque sea rechazado, se construyen los lazos sociales.

La segregación hace referencia al acto de “seleccionar excluyendo” (DRAE, 2017), mientras que la selección es la “acción y efecto de elegir una o varias personas o cosas entre otras, separándolas de ellas y prefiriéndolas” (DRAE, 2017). Si tenemos en cuenta que en la condición de tender a lo gregario, el ser humano para estar con algunos, indefectiblemente, tenga que estar separados de algunos otros, la exclusión es inevitable.

Hay que diferenciar entre la segregación como un real que marca lo imposible de erradicar, y los fenómenos segregativos que en sus excesos pueden desanudar los lazos sociales, exacerbando el odio y la violencia. Estos fenómenos existen y existirán. Lacan en 1970, refiriéndose a las construcciones de colectivos de hermandad, dice:

“Esta manía de la fraternidad, dejando de lado el resto, la libertad y la igualdad [...]. Sólo conozco un origen de la fraternidad -quiero decir la humana, de nuevo el humus-, es la segregación. Nos hallamos por supuesto, en una época en que la segregación, ¡pufff! [...], todo lo que existe se basa en la segregación, y la fraternidad lo primero. Incluso no hay fraternidad que pueda concebirse si no es por estar separados juntos, separados del resto (…). Como sea, se descubren que son hermanos, uno se pregunta: ¿en nombre de qué segregación?” (Lacan 1969-1970, pg. 121)

En esta misma época, anunciaba Lacan que la globalización aumentaría la segregación social y la escalada al racismo (Lacan 1970), refiriéndose a que la universalización y la extensión de la economía, que se asienta en incentivar el deseo promoviendo al consumo, tiene como efecto mayor cantidad de grupos sociales que quedan por fuera de esta dinámica globalizante, “puedo decirles – sostiene Lacan – que siempre encontrará la ocasión para arraigar más y mejor” (Lacan 1069-1970 pg. 193).

La globalización atraviesa, como en todo, al fenómeno de la migración, ubicada dentro del contexto de “un mundo multipolar donde todo circula bajo la lógica del consumo, que permite la libre circulación de materiales, materias primas y recursos, pero se opone a la circulación de personas” sostiene Hilema Suárez (2018, pg.3), refiriéndose al fenómeno de segregación de las personas migrantes.

Este efecto segregativo de la globalización, se visibiliza en los procesos migratorios de los bolivianos, quienes movidos por el factor económico, se van hacia la Argentina. Muchos de los migrantes bolivianos que residen en este país vecino, provienen de zonas rurales de Bolivia, caracterizadas por los propios migrantes como lugares de pobreza, en tanto que son espacios abandonados por el Otro (Estado) y “conducen a dejar poblaciones prácticamente fantasmales” (Lora, M.E. 2012). Se los escucha decir, que ya en sus pueblos no debe haber gente, que no sabrían que hacer allí, haciendo referencia a la dificultad de regresar. Las condiciones socioeconómicas que los hicieron migrar, funcionan como agente de exclusión y de violencia, ya que, rompen con su lugar de pertenencia para introducirse al país de acogida donde los ven llegar como extranjeros, extraños y muchas veces intrusivos.

Para el psicoanálisis, la violencia y el odio al otro (racismo), en tanto fenómenos segregativos, funcionan como un tratamiento de la pulsión de muerte. Estar en contra del extranjero, genera un contexto de tensión que linda con la violencia, reactivada por la agresividad que se asienta en la estructura humana. Lacan plantea una agresividad estructural, donde el sujeto expulsa de sí todo lo malo que es percibido como hostil. Ese resto no incorporado al yo en tanto ajeno, es lo odiado, desplazado al otro semejante, hasta desencadenar violencia.

Que el Otro no goza como Uno, será el aspecto nodal del odio, el rechazo y la segregación. El racismo, tal como lo define Lacan, es odio al goce del Otro: “Se odia la manera particular en que el otro goza”. Su goce resulta intolerable, en un doble sentido: “por un lado, imputamos al extranjero un modo de gozar que nos resulta, extraño, inasimilable, a nuestra propia forma de hacerlo; por otro, sentimos que su goce sustrae el nuestro” (Castrillo, D. 2018 pg. 5).

De este modo, motivados por mejorar sus condiciones de vida, migran los bolivianos con sus costumbres, sus tradiciones, sus modos de disfrutar; esa forma particular de relacionarse entre ellos, su lengua muchas veces difícil de entender, lo diferente de sus cuerpos y sus características en el modo de hacer con el trabajo. Estos estilos de vivir distinto que desde el psicoanálisis se denominan como “modos de gozar” diferentes, suscitan diversas reacciones a lo largo del recorrido por las regiones argentinas, desde el norte hasta el sur. Los migrantes bolivianos son extranjeros, extraños que con su forma de vivir, inquietan de alguna manera. Lo diferente inquieta, pero no siempre de la peor manera, no siempre lo extranjero producirá la segregación, violencia u odio, sino que dependerá del empalme de dos cuestiones: el origen social y el grado de proximidad (Castrillo, D. 2018).

La segregación por el origen social, está referida a nombrar al otro por su diferente condición social, respecto a quien se ubica como el nominador. Es un modo de segregación que no es exclusiva con los inmigrantes, sino que se verifica entre los propios habitantes de las ciudades de residencia. La nominación de “cabecitas negras”, dada a los habitantes del norte argentino, es una forma de nombrar al otro diferente, enfatizando en el origen social y lo diferente de sus cuerpos. Del mismo modo, el nombrar a los migrantes bolivianos como “bolitas”, se articula con la nominación al otro por su lugar de origen. Ambos, tomados por el sentido que puede invocar el uso de diminutivos, son semblantes inventados para atribuir diversos significados alrededor del lugar social, que se asocia comúnmente con características corporales. Dependiendo de los atributos que se les otorgue a estas formas de nombrar al diferente, esta manera de segregación, podrá relacionarse con la violencia y el odio a lo diferente.

Desde la perspectiva psicoanalítica, los significantes, las palabras con que se nombra al otro, no están determinadas por significados fijos, sino que están condicionadas a las modalidades de goce que imperan en el sujeto que habla. Al hablar, al utilizar el lenguaje para hacer lazo con otros, también se goza. “El lenguaje es un aparato de goce” indica Lacan, refiriéndose a que éste no cumple solamente la función de comunicar, sino que hay satisfacción al hablar. Se refiere a un tipo de satisfacción que no contenta al sujeto que habla, sino que lo hace sufrir, es por esto que esa satisfacción paradójica merece el nombre de goce y no de placer. Decir “cabecitas negras”, decir “bolitas”, se puede relacionar con el racismo u odio al otro, en tanto aludan a atributos negativos, de imposición a la pertenencia de un grupo con atributos rechazados que anulan lo singular del sujeto nombrado como tal. La condición de rebajamiento por el tipo de actividad económica está implícita en esta nominación, ya que, los “cabecitas negras” son descalificados en comparación con el valor dado al trabajo de los bolivianos, denominados “bolitas.”

Entre bolivianos es también visible esta segregación por el nivel socioeconómico y el origen social, dadas las diversas investigaciones que han señalado que las empresas de explotación a bolivianos, en muy variadas ocasiones pertenecían a otros bolivianos, cuya mejoría económica les permitía ser dueños de sus propios negocios. En este aspecto, la violencia implica el acto de dañar al otro con la palabra, mediante un desplazamiento del rechazo al propio goce no reconocido como propio. De tal forma, la raíz del racismo, del odio al otro, al extranjero, al diferente, es el odio al propio goce vivido como extraño y perturbador, endilgado al otro.

En relación al grado de proximidad, cuando lo extranjero está lejos, es posible aceptarlo, incluso puede producir fascinación e imitación, “lo exótico, lo demasiado lejano, ha sido siempre motivo de curiosidad” sostiene Pablo Fridman para dar cuenta de la diferencia o similitud entre “Lo propio y lo ajeno” (Fridman, P. 2017, pg. 16-17). En el sur de la argentina, los migrantes bolivianos son valorados por su trabajo, por producir la tierra con un saber hacer, que es admirado por los argentinos, ya que les han permitido mejorar la calidad y el precio de sus alimentos, sus frutas y verduras. Pero, cuando eso extranjero, eso extraño se acerca demasiado, cuando está próximo, puede confundirse con lo propio y es fuente de inquietud. Lo muy distante de lo propio parece no ser tan amenazante, en cambio, lo que se acerca a lo propio, produce rechazo. Sigmund Freud da relevancia a lo difícil de soportar una proximidad demasiado íntima entre semejantes, en su obra Psicología de las Masas y Análisis del Yo:

“Consideremos el modo en que los seres humanos en general se comportan afectivamente entre sí. Según el famoso símil de Schopenhauer[1] sobre los puerco espines que se congelaban, ninguno soporta una aproximación demasiado íntima de los otros” (Freud, S. 1921)

La proximidad del otro puede considerarse uno de los motivos del racismo, el odio, dado lo difícil que es soportarlo cuando traspasa ciertas fronteras. “Es bastante sorprendente - sostiene Pablo Fridman – que, desafiando la lógica más elemental, exista la necesidad de odiar o destruir a los que están cerca, los vecinos, los próximos” (Fridman, P. 2017 pg. 17).

Los habitantes del norte argentino son vecinos de los habitantes bolivianos y no se diferencian tanto en su fenotipo, son semejantes. Cuando los bolivianos traspasan fronteras y se insertan en la vida cotidiana de las ciudades del norte argentino, pasan a constituirse en migrantes con un estilo de vivir diferente, modos de gozar diferente. Estos modos producen tensión y rechazo, en un doble sentido: por un lado, se le imputa al migrante un modo de hacer y gozar que resulta extraño, inasimilable a la propia forma de vivir; por otro lado, ese goce del migrante, sustrae algo del goce propio. El otro, el extranjero es perturbador y obstáculo para gozar suficientemente bien (Castrillo, D. 2018).

Con su forma de trabajar y su modo de vivir diferentes, los migrantes bolivianos han logrado bienestar económico, que toca algo de lo propio de los habitantes argentinos de esta región, donde la producción de alimentos y el comercio, es también su forma de subsistir. El migrante aparece como un invasor que viene a disputar las posibilidades de trabajo y a ocupar el espacio en común, teniendo que compartir el derecho a la salud, la educación y otros beneficios, cuyo efecto es, según Freud, que “el extranjero en su alteridad (capacidad de ser otro) conmueve en el sujeto su posición siempre frágil respecto de un ideal del yo” (Freud, S. 1921), refiriéndose a la perturbación que produce el otro extraño en un grupo humano, sosteniendo además que “la reunión de los semejantes entre ellos contra el extranjero, permite que se reduzca la distancia con ese ideal” (Freud, S. 1921).

Se genera un contexto de tensión en el plano especulativo de la relación con el otro extraño, en una tensión agresiva que puede derivar a lo más paranoico del yo, tornándose el otro en enemigo que impele a la segregación, la violencia y el odio: o yo o el otro. Esto es lo que se ha escuchado en enfrentamientos a veces encubiertos entre migrantes y locales en los “mercados persas” argentinos, así como enfrentamientos más abiertos, entre vendedores de comidas chilenos y migrantes.

Ante esto, los derechos civiles, los derechos sociales, enunciados en leyes y normativas que regulan la migración son insuficientes. Producen pocos cambios en la vida real de las personas ya que, como normas universales que homogeneizan a todos, se enfrentan con lo imposible de regularlo todo, aunque en ello se asiente la ideología que la sostiene.

El Psicoanálisis de la orientación lacaniana propone cuestionar la lógica del todo universalizante y tratar lo desigual como tal, sin homogeneizar. La lógica del no-todo, se circunscribe en lo singular, es una lógica des segregativa, apuntando a un saber sobre el propio goce, esos modos de goce que a todos habita y que escapa a toda regulación.


[1] El dilema del puerco espín es una parábola escrita en 1851 por Arthur Schopenhauer: En un día muy frío, un grupo de erizos que se encuentran cerca sienten simultáneamente una gran necesidad de calor. Para satisfacer su necesidad, buscan la proximidad corporal de los otros, pero cuanto más se acercan, más dolor causan las púas del cuerpo del erizo vecino. Sin embargo, debido a que el alejarse va acompañado de la sensación de frío, se ven obligados a ir cambiando la distancia hasta que encuentran la separación óptima (la más soportable).

-----------------------------------------------------------------------------------------

LA EXTIMIDAD EN LA MIGRACIÓN 



Fabiana Chirino Ortiz
Integrante del Observatorio #2 en la NEL para FAPOL




La migración es un proceso de desplazamiento físico, social y subjetivo, donde se deja atrás lo propio y familiar: amigos, familia, país, cotidianeidad; para arriesgar un encuentro con lo nuevo, diferente y extranjero.

Desarraigos, separaciones, desprendimientos de lo familiar y encuentros contingentes con lo radicalmente Otro; son los dos movimientos de toda migración, sea esta forzada, voluntaria, temporal, permanente, cíclica o estacionaria; por motivos personales, por persecución política o por aspectos laborales, como es el caso de la migración de los bolivianos hacia distintos destinos. Por ejemplo, la migración de bolivianos hacia Argentina, se caracteriza por ser eminentemente laboral, planificada como parte de un proyecto propio y familiar y por consolidarse con éxito, al lograr una integración laboral y económica, haciéndose con ello un lugar.

Para Jordi Flores, “darse un lugar es siempre una forma de emigrar”. Después de emprender la retirada e irse a un nuevo lugar, es necesario – señala el autor- encontrar asentimientos del Otro, encontrar un asiento o lugar en él. “Un «asiento» del Otro y un asiento para uno mismo en el que dejarse caer, es lo más digno a lo que puede aspirar un sujeto deseante” (Flores, 2018, pg. 1). En este sentido, asentarse en el nuevo país, hacerse un lugar laboral, lograr aceptación y reconocimiento de los otros, armar un negocio o emprendimiento propio, reagrupar y ampliar a su familia, hacerse de amigos y organizarse para participar como ciudadanos, pueden ser consideradas algunas maneras en que los migrantes bolivianos se hacen una morada en el Otro país. “Hacerse de una casa en el Otro, de una morada, es siempre una labor de emigrante - pues - siempre se está en un lugar ajeno en el que, sin embargo, es preciso contar con algo más que una tienda de campaña” (Flores, 2018, pg. 1). Este “algo más”, implicará un lugar simbólico y no solo físico espacial, que inscriba al sujeto en un lazo con el Otro.

Migrar implica cruzar una frontera, “se cruza una línea imaginaria, ahí donde lo simbólico marca un litoral: lo que queda de un lado u otro, línea movediza entre lo conocido y lo extranjero”, dirá Jordi Flores (2018, pg. 2). En función de ello, todo migrante incorpora en su decir una litoralidad, un “aquí y allá”, que conforma un espacio transfronterizo, transnacional donde se desarrolla su historia, su vida y sus lazos. Será la instauración de esta frontera, no solo física sino simbólica, a partir de la cual el sujeto se hace extranjero para sí. El migrante – dirá Julieta Ravard- no solo “atraviesa esas fronteras geográficas- sino - esa otra frontera, donde se vuelve un extranjero, porque ya no se reconoce en lo que vive” (Ravard, 2018, 2). De esta manera, a la diferencia y lo no familiar del nuevo contexto, que producen la sensación de extranjeridad, se incluye “la extranjería propia de vivir en otro territorio que no es el país de origen” (Bellatar, 2017, pg. 2).

La migración se constituye en un real, encuentro contingente, inesperado y enigmático, que indefectiblemente confronta a cada quien con lo Otro, lo diferente, lo heteros en el sentido radical, pues todo migrante es un extraño para quien lo recibe, como el que recibe es ajeno para el que llega. El punto nodal, radicará en el modo en que cada sujeto pueda hacer con eso radicalmente extranjero que, si bien se pone en escena en la migración, es una condición estructural del mismo ser hablante.

Para el psicoanálisis de la orientación lacaniana, lo estructural de lo extranjero se puede localizar desde muy temprano en la vida de cada sujeto. Cuando cada uno al llegar a la vida de los padres, es un extranjero, a quien será necesario adoptar desde un deseo no anónimo, bañar con la lengua del Otro e incorporar a la tradición. A su vez, el hijo se encontrará con un Otro que lo precede, con una historia y tradiciones en las que se alojará y a las cuales consentirá, o no, haciéndolas propias.

Jacques-Alain Miller señala: “ser un inmigrante es el estatuto mismo del sujeto en el psicoanálisis. El sujeto como tal, definido por su lugar en el Otro, es un inmigrante” (Miller, 2012, pg.2). Si cada sujeto está determinado por la marca que recibió del Otro, dándole esto una referencia a sus lugares o pertenencias de donde proviene, estas mismas hacen a cada sujeto un extraño para el Otro.

Esta condición primaria de extranjeridad, no dejará de estar, pues es la condición misma de todo sujeto respecto a la lengua que habla y a su propio inconsciente. De la misma manera, el sujeto es extraño para sí mismo, debido a que la imagen de su propio cuerpo, comienza siendo ajena para él. Jacques Lacan -en su teorización del “Estadio del Espejo”[1]- explica que el sujeto no cuenta con un registro unitario de su cuerpo, por lo que al encontrarse por primera vez con su imagen en el espejo, ésta le resulta impropia, constituyéndose la imagen de un otro ajeno al sujeto. Por ello, esta imagen “es heterogénea a las vivencias del viviente y constituye la matriz del otro como aquél que tiene”, dirá Marie-Hélène Brousse. Esta fractura, entre el cuerpo propio y su imagen, al ser recubierta “construye al otro según la estructura de la intrusión y da al yo su color paranoico - de allí que - el otro es extranjero y es intrusivo: miedo, rechazo y celos, asco u horror” (Brousse, 2018, pg. 2), serán respuestas a esta extranjeridad del otro.

Freud denominará a ese encuentro con lo extraño, pero a la vez propio y familiar, como lo ominoso, lo siniestro[2]. En consecuencia, debido a la función de lo imaginario, lo extraño es estructuralmente intrusivo, abusivo, ladrón, insoportable, planteará Marie-Hélène Brousse (2018), lo que encontramos en la base de muchas acciones políticas y discursivas que dan cuenta de este complejo de intrusión y de lo insoportable que se torna el otro.

Sin embargo, para el psicoanálisis, lo extranjero no se ubica únicamente en el otro diferente, sino que existe una condición estructural donde el sujeto mismo es extraño para sí, pues en él habita una parte que desconoce, que lo invade y lo desconcierta: el goce. Por ello cuando lo extranjero del otro se torna insoportable, se podrá pensar que algo de ese otro goce, toca el insospechado goce propio, del cual el sujeto mismo nada quiere saber. “La angustia hace coincidir lo más íntimo con lo más colectivo. El odio de sí mismo deviene odio al otro. Ese movimiento puede incluir a toda la sociedad, en una epidemia de rechazo al otro” (Asermet, 2017: pg.1).

Por ello las barreras no son suficientes. No hay frontera, muralla o campo de concentración, que expulse lo éxtimo, que por su definición es lo íntimo y exterior, lo interno y externo, lo que atañe al sujeto y al Otro, que es el Otro en el sujeto mismo.

El término extimidad[3] es acuñado por Jacques Lacan, para hacer referencia a una condición paradojal por lo cual algo íntimo es a su vez lo más extraño y ajeno para el sujeto. Jacques Alain Miller, profundizando esta conceptualización explica: “lo éxtimo es lo que está más próximo, lo más próximo, lo más interior sin dejar de ser exterior (…) El término extimidad se construye sobre intimidad. No es su contrario, porque lo éxtimo es precisamente lo íntimo, incluso lo más íntimo” (Miller, 2010, pg. 14).

Esta condición de extimidad, vivenciada como “la exterioridad de lo interno” puede localizarse en la extraterritorialidad presente en la migración y que implica: “un arreglo para mantenerse adentro con un píe afuera” (Réquiz, 2018, pg. 2), aspecto que se escuchó a lo largo del estudio como la condición de integración, pero a su vez de diferenciación o exclusión de los sujetos migrantes. Quienes, a pesar de vivir en el Argentina por más de 20, 30, 40 años, de estar insertos en las dinámicas sociales y laborales, haberse nacionalizados como argentinos, o inclusive habiendo nacido en Argentina, se sienten extranjeros.

Se trata de una inclusión, pero “no toda”, persistiendo en los arreglos construidos, algo del orden de lo extraño, que los ubica con un pie adentro y otro por fuera del conjunto universal, “no del todo integrados”, algo de la exclusión, persiste como segregación. 

Estar todos unidos, sin ningún tipo de exclusión es un imposible que se presenta como ideal social inalcanzable, una abstracción ideal imposible. Desde el psicoanálisis, Lacan sostiene que "nunca se ha acabado del todo con la segregación (…) Nada puede funcionar sin eso”, (Lacan 1970a pg. 193), dando cuenta de este imposible, es posible disminuir la segregación, pero nunca del todo.

Esa es la condición de la migración, “estar y ser en dos lugares”, así como es condición de todo ser hablante, la extimidad. Ante ello, el psicoanálisis convoca a cada sujeto a interrogarse por “su propia relación con su extimidad, con su extranjeridad constitutiva, para de esta manera arribar a los arreglos que le permitan encontrar las soluciones que vayan más a su propia medida” (Suarez, 2018, pg. 3). La experiencia analítica posibilita que lo que es inalcanzable atraviese las fronteras. “Es así como cada uno se descubre cómo siendo ante todo extranjero a sí mismo” (Ansermet, 2018, pg. 4). Y ante ello, hacer con esa condición de extranjeridad y con lo Otro extranjero, de manera tal, que posibilite un lazo con las diferencias y desde las diferencias.

De esta manera, el psicoanálisis de la orientación lacaniana cuestiona los intentos de homogeneidad. Los postulados universalizantes que promueve la globalización, encuentran un límite en el modo de gozar singular de cada uno. Porque, más allá de las fronteras, lo extranjero, radicalmente Otro y ajeno en el sujeto es el modo de gozar.

Estas cuestiones conducen a un aspecto ético, más allá de las normativas, leyes y reglamentaciones de la movilidad humana en cada uno de los países, que tiene que ver con la posición de cada uno respecto a ese otro modo de gozar extranjero y lo que eso Otro evoca. Ante lo cual, la respuesta singular responsabiliza al sujeto por su propio modo de gozar. Así, algunos sujetos podrán consentir y alojar lo extranjero, y habrá quienes no. Más al contrario, elijan segregar la diferencia, expulsar al extranjero o agredir al foráneo. Lo que dará cuenta de su propia imposibilidad de tramitación de ese goce otro, que se torna insoportable.

Es por esta vía que este goce unitario, solitario puede entrar en el lazo, pues se tratará de gozar con ciertos límites en un contexto social que implica al otro. De allí que, si bien lo extranjero es siempre del orden de lo real, inexplicable y fuera de sentido, “es posible nombrarlo para darle un uso, que no lo haga intrusivo” (Medina, 2018, pg.2).




[1] “comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido pleno que el análisis da a éste término: a saber, la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen, cuya predestinación a este efecto de fase está suficientemente indicada por el uso, en la teoría, del término antiguo imago. El hecho de que su imagen especular sea asumida jubilosamente por el ser sumido todavía en la impotencia motriz y la dependencia de la lactancia que es el hombrecito en ese estadio infans, nos parecerá por lo tanto que manifiesta, en una situación ejemplar, la matriz simbólica en la que el yo [je] se precipita en una forma primordial, antes de objetivarse en la dialéctica de la identificación con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de sujeto” (Lacan, 2009, pg. 100)

[2] La voz alemana «unheimlich» es, sin duda, el antónimo de «heimlich» y de «heimisch» (íntimo, secreto, y familiar, hogareño, doméstico), imponiéndose en consecuencia la deducción de que lo siniestro causa espanto precisamente porque no es conocido, familiar. Pero, naturalmente, no todo lo que es nuevo e insólito es por ello espantoso, de modo que aquella relación no es reversible. Cuanto se puede afirmar es que lo novedoso se torna fácilmente espantoso y siniestro; pero sólo algunas cosas novedosas son espantosas; de ningún modo lo son todas. Es menester que a lo nuevo y desacostumbrado se agregue algo para convertirlo en siniestro. (Freud, Vol. XVII. 1992, pg. 219).

[3] Lacan ideó el término “extimidad” (en francés extimité; en inglés, extimacy) aplicando el prefijo ex a la palabra francesa intimilé (“intimidad”). Apareció por primera vez en su seminario La ética del psicoanálisis (1958). Es un neologismo cuya brillantez corre pareja con la dificultad para definirlo. En principio, expresa la manera en que el psicoanálisis problematiza las aparentes oposiciones entre lo interno y lo externo, entre el contenedor y el contenido, etc. Por ejemplo, lo real está tanto “dentro” como “fuera”; el inconsciente no es un sistema psíquico puramente interior sino una estructura intersubjetiva (“el inconsciente está fuera”). El Otro es “algo extraño a mí, aunque está en mi núcleo”. Dice Lacan que “lo más íntimo justamente es lo que estoy constreñido a no poder reconocer más que fuera”

Comentarios

Entradas populares de este blog

Reseña sobre la mesa de conversación: “Legislaciones, derechos y clínica psicoanalítica, ante la protocolarización del mundo educativo”.

Conversatorio: De los abusos al abuso. Tratamientos en Psicoanálisis

Lo Migrante, lo radicalmente éxtimo

Segregación, Violencia y Odio

En torno a lo imposible de gobernar. O, ¿cómo concluir, de la buena manera, un cartel?

Tres imposibles freudianos: gobernar, educar y curar