Reseña sobre la mesa de conversación: “Legislaciones, derechos y clínica psicoanalítica, ante la protocolarización del mundo educativo”.

Por: María Beatriz Paredes, participante del Observatorio 2.


Frente al debilitamiento de la imago paterna, acudir al discurso de la ciencia ha sido el movimiento en la contemporaneidad. De ahí que las intenciones de normalizar una práctica sean las que imperen en los aparatos institucionales, valiéndose de herramientas como la protocolarización y la evaluación. De este modo se evidencia una decadencia generalizada de las instituciones frente a la singularidad. Al iniciar el conversatorio, Jessica Jara, psicoanalista y gestora de estos encuentros de discusión en torno a las tres tareas imposibles planteadas por Freud, luego de presentar a los expositores, invita a ubicar desde una orientación psicoanalítica, cómo poder decir otra cosa, cómo poder inventar frente a la dificultad actual: la falta de poesía en este mundo excesivamente jurídico. 

Geovanny Vásquez menciona que el protocolo no es funcional para el sujeto, no lo interroga, lo vuelve un objeto inactivo. Sostiene que este panóptico de los aparatos institucionales, busca encapsular en un papel una situación vista, convirtiéndola en un objeto frente a la mirada tibia del evaluador. Un protocolo que solo exige respuestas mecanicistas, que no interroga al sujeto sino más bien lo extermina, reduciéndolo a una certificación diagnóstica funcional para la normalización de la práctica. 

Geovanny propone la pertinencia del sujeto como agente de su palabra a través de la escritura. Es la falla la que permite operar al sujeto, que se pueda interrogar por lo imposible. Afirma que la esperanza está puesta a que el orden simétrico no llegue a cumplirse del todo. 

Toma la palabra Ivonne Espinoza, quien elabora en torno al encuentro entre el mundo educativo y la protocolarización. Precisa el término mundo, utilizado por los profesionales que circulan en las escuelas en las que ha tenido encuentros, para determinar una característica única, singular; ya sea de un chico, una familia o la misma institución. 

La protocolarización tiene el imperativo de llevar el acto educativo a la constatación visual, tangible y medible: mismos protocolos para niños distintos; destina al sujeto a la homogenización. De ahí que quienes se salgan del molde sean catalogados, patologizados, medicados porque la diferencia es percibida como perturbadora, afirma. 

Entre las consecuencias de la burocratización de la práctica docente, está la obturación de la inventiva del saber pedagógico. Entonces, plantea, surgen las opciones de adormecer o desobedecer. 

Ivonne apuesta por la destreza del docente que, desde la desobediencia, acto subversivo frente al sistema, pone a la inventiva en marcha, sosteniendo un saber sobre sus estudiantes que la homogeneidad del protocolo no logra atrapar. Y ¿qué inventa el docente? ¿Cuál es ese saber? Saber hacer con el resto de la protocolarización: cómo se las arregla para albergar la singularidad del sujeto y su deseo. Esa es la tarea frente a cada niño que es un mundo. 

Mientras tanto, Julia Avilés retoma ese encuentro que se sale de los protocolos, que no encaja en las reglas porque se cola lo singular del maestro y lo singular del niño. Reflexiona sobre el vínculo educativo como un vínculo inédito que dependerá de la historia de cada niño y de cómo lo plantea cada maestro, comenta. 

¿Y qué del encuentro educativo con quien está en posición de rechazo y desconfianza frente al otro? ¿Cuál es el lugar del maestro en una época en la que el niño está menos dispuesto a hacer lazo? El docente puede encontrarse en conflicto frente a lo que quiere hacer orientado por su saber y lo que debe hacer, orientado por el sistema. El ideal del acto educativo, asociado a que el individuo aprenda más y entre en la norma, puede hacer surgir el temor por sostener los modos de respuesta por fuera del protocolo. 

Julia destaca la sensibilidad del maestro que puede aparecer con el fin de generar un aprendizaje para el niño. Maestros sensibles que comprenden la pertinencia de introducir la espera en el aula de clase, una espera que convenga a la singularidad, ya sea por tiempos de subjetivación, de establecer un vínculo o simples ajustes de la propuesta escolar. Agrega que dependerá del estilo del docente que se logre una transmisión viva, transmisión que es el efecto de la palabra sobre el cuerpo. 

En el marco de las dinámicas del mundo educativo, es importante evitar desalojar al maestro de su lugar. En los encuentros interdisciplinarios, durante conversaciones entre profesionales, es importante que un saber no aplaste a otro, aquí también es necesario, como dice Julia: mirar, respetar y aprender de la diferencia. 

La psicoanalista Lizbeth Ahumada toma la palabra y precisa que el camino del sujeto es un camino discontinuo. Cada cambio en la vida implica un corte, una separación profunda. Y al contrario del trauma que conlleva un detenimiento importante, son estas escansiones las que permiten producir algo nuevo, no sin algo del estadio anterior. Dicha separación adviene en una nueva aproximación, una nueva manera y esto le da una característica pacificadora. El sistema educativo estaría llamado a alojar algo que proviene de un corte irreductible. Esto no sucede. 

El protocolo es la vía que el sistema educativo ha encontrado para asegurarse de no confrontarse con dicha discontinuidad. Precisa que el protocolo tiene una función defensiva, busca borrar este corte que permite que emerja lo real, lo más íntimo de cada sujeto; ofertando una línea contínua. Lizbeth recuerda que existen instituciones que venden la imagen de que la escuela es como en casa, sin realmente dar lugar a la novedad que asistir a esta conlleva. 

Agrega que el modesto intercambio con los maestros es poder introducir tiempo para razonar la experiencia. Nombra la importancia de contribuir a que el maestro encuentre la lógica de su quehacer para no quedarse sólo en la anécdota, y es que finalmente es el maestro el que pone el cuerpo para sostener el trabajo con los estudiantes. 

Geovanny nos invitó a pensar las instituciones y rondar en torno a la mitología griega. Ivonne habla de la invención en el quehacer como acto que subvierte en el sistema. Julia lleva nuestros ojos sobre los maestros sensibles. Y Lizbeth nos recuerda acompañar a estos maestros a que se sorprendan frente a la lógica que sostienen. Algo de poesía frente a la dificultad actual.

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